Hola, amigos.
He estado unos días hospitalizado por una operación.
En situaciones así te das cuenta de muchas cosas. Y, en el fondo, me siento muy afortunado. Porque es como si Dios me hubiese dado un toque de atención.
Lo primero que he aprendido es que soy rico. No en dinero, pero sí en amor. Las muestras de cariño, de preocupación y los mimos que he recibido han sido desbordantes. Ya no solo de mi familia más directa: esposa, hijos, o de mis padres y hermanos, sino de la familia a la que se le apoda como “política”, pero que para mí son tan familia como la otra. Compañeros de trabajo, amigos. Nunca estuve solo.
Pero el día tiene muchas horas. Y en un hospital avanzan más lentamente. Yo tenía la suerte de que podía moverme y deambular por el hospital. Aquella planta era toda de cirugía. Por lo que no circulaban muchos, puesto que muchos estaban confinados a la cama, rodeados por tubos y aparatos. Andar por el pasillo era una sucesión de lamentos y personas que sufrían, pero que se aferraban a la vida con todas sus fuerzas. Me sentí tremendamente afortunado. Mi cicatriz carecía de importancia, comparada con lo que estaba viendo.
Entre todas aquellas personas había albañiles, camareros, abogados, ingenieros, ricos y pobres. Pero no se les reconocía, puesto que todos íbamos vestidos con el mismo camisón del hospital, abierto por la espalda. Circulábamos por la planta, algunos ayudados, dando sus primeros pasos, conectados a algún suero. Todos éramos iguales. Sin clases sociales, sin ricos ni pobres.
Desde la ventana de mi habitación un grupo de golondrinas realizaban extraordinarias acrobacias aéreas, emitiendo aquellos trinos que para mí son entrañables. Ya me percaté de ellas, poco antes de entrar en quirófano y las volví a ver cuando regresé a la habitación. Luego, pasaba largos ratos observándolas volar y oyéndolas. Incluso una de las veces, un gorrión se posó en la ventana y permaneció ahí unos minutos mirándome. Aquellas golondrinas me tenían impresionado. Nunca me había detenido a observarlas tanto. Me pareció un espectáculo maravilloso, que me hubiese perdido de no haber sido ingresado.
La vida es maravillosa. Y es el amor y esos pequeños milagros como el vuelo de las golondrinas, pongo por caso, lo que la hacen tan especial. Lo demás, como el dinero, el poder o la ambición, lo que nos puede hacer pasar por alto lo verdaderamente importante.
He estado unos días hospitalizado por una operación.
En situaciones así te das cuenta de muchas cosas. Y, en el fondo, me siento muy afortunado. Porque es como si Dios me hubiese dado un toque de atención.
Lo primero que he aprendido es que soy rico. No en dinero, pero sí en amor. Las muestras de cariño, de preocupación y los mimos que he recibido han sido desbordantes. Ya no solo de mi familia más directa: esposa, hijos, o de mis padres y hermanos, sino de la familia a la que se le apoda como “política”, pero que para mí son tan familia como la otra. Compañeros de trabajo, amigos. Nunca estuve solo.
Pero el día tiene muchas horas. Y en un hospital avanzan más lentamente. Yo tenía la suerte de que podía moverme y deambular por el hospital. Aquella planta era toda de cirugía. Por lo que no circulaban muchos, puesto que muchos estaban confinados a la cama, rodeados por tubos y aparatos. Andar por el pasillo era una sucesión de lamentos y personas que sufrían, pero que se aferraban a la vida con todas sus fuerzas. Me sentí tremendamente afortunado. Mi cicatriz carecía de importancia, comparada con lo que estaba viendo.
Entre todas aquellas personas había albañiles, camareros, abogados, ingenieros, ricos y pobres. Pero no se les reconocía, puesto que todos íbamos vestidos con el mismo camisón del hospital, abierto por la espalda. Circulábamos por la planta, algunos ayudados, dando sus primeros pasos, conectados a algún suero. Todos éramos iguales. Sin clases sociales, sin ricos ni pobres.
Desde la ventana de mi habitación un grupo de golondrinas realizaban extraordinarias acrobacias aéreas, emitiendo aquellos trinos que para mí son entrañables. Ya me percaté de ellas, poco antes de entrar en quirófano y las volví a ver cuando regresé a la habitación. Luego, pasaba largos ratos observándolas volar y oyéndolas. Incluso una de las veces, un gorrión se posó en la ventana y permaneció ahí unos minutos mirándome. Aquellas golondrinas me tenían impresionado. Nunca me había detenido a observarlas tanto. Me pareció un espectáculo maravilloso, que me hubiese perdido de no haber sido ingresado.
La vida es maravillosa. Y es el amor y esos pequeños milagros como el vuelo de las golondrinas, pongo por caso, lo que la hacen tan especial. Lo demás, como el dinero, el poder o la ambición, lo que nos puede hacer pasar por alto lo verdaderamente importante.
MANOLO
Vaya, espero que no haya sido nada grave, un saludo y espero que te recuperes. Ya nos leemos.
ResponderEliminarEspero que esté usted bien.
ResponderEliminarEs cierto. Es tan agradable saber que las personas que nos rodean nos quieren y que todos somos iguales ante la enfermedad y el dolor.
desde luego la ignorancia hace que apreciemos todo lo que tenemos sólo cuando carecemos de elllo y también nos impide ver a una persona, lo que vemos es si viste de marca, si es alta, si es joven, si es pobre, cuando lo que realmente importa es el ínterior, lo demás es sólo una cáscara que a los 80 o 90 años se rompe.
ResponderEliminarMientras escribo esto yo también escucho esos maravillosos trinos de golondrinas. Bueno y la música de mis compañeros
Ya te escribiré más: Saludos desde Red John
La vida se mueve por pequeños milagros. Cuando nos quedamos en la superficie de las cosas nos perdemos la maravilla de esos milagros.
ResponderEliminarUn saludo a todos. Gracias por vuestros deseos. Y encantado, nuevamente, Red John
Gracias a Dios que pudiste darle un toque de atención precisamente a Dios
ResponderEliminarEl ha estado siempre a tu lado y efectivamente no te habías dado el tiempo para ver la vida
Generalmente cerramos los ojos